Está siendo muy común entre los pequeños éste año el temor a estar con otros niños, el temor a estar con otros adultos que no sean aita y ama, las dificultades en el habla… ¿te suena de algo? Efectivamente, el COVID nos está pasando factura y eso que estamos sólo a mitad de la pandemia (o eso nos dicen los expertos).
Estamos ante un problema estructural grave; éstos niños que aparentemente poco importan en esta crisis sanitaria, los que parece que son de una clase inferior y no tuvieran los mismos derechos, son los adultos del mañana.
Los primeros tres años de la vida de un bebé son fundamentales en su desarrollo y por las diversas circunstancias que atañan a cada familia (bien sea el miedo al virus, la situación económica, la vulnerabilidad respecto a la enfermedad de algún conviviente etc.) se les está privando de un ambiente adecuado para desarrollar todas sus cualidades físicas y psíquicas.
Hay familias que optan por tener a los niños en el seno del hogar, lo cual, bien hecho, es indiscutiblemente la mejor opción dadas las circunstancias. El problema de la sociedad actual es que se nos multiplican las tareas y no podemos dedicarnos íntegramente a la educación de los bebés; de alguna manera «están ahí» mientras nosotros nos dedicamos a limpiar la casa, hacer la compra, cocinar, responder emails, hablar por teléfono, o teletrabajamos, pero ¿cuánto tiempo de calidad se les dedica realmente? Me refiero a ¿cuánto tiempo se dedica a algo que no sea meramente asistencial como darle de comer o cambiarle los pañales? Los bebés necesitan mucho más, pero nadie nos forma en esto cuando estamos preparándonos para ser padres (a veces me pregunto por qué).
Y… ¿qué pasa con el resto de los niños? Hay familias que optan por centros «low cost» como guarderías o ludotecas; estos centros poseen una licencia de apertura municipal igual a la de una frutería o una mercería, no están debidamente autorizados y son fáciles de distinguir porque no pueden tramitar las subvenciones para las familias (BECAS) ya que no son considerados centros educativos y no tienen número de registro. En ellos es posible abaratar los precios bien por falta de personal o bien por superar las ratios establecidos en las normas; además ofrecen muchísimas cosas que, en apariencia, para las personas que no están familiarizadas con éste mundo, pueden parecer un chollo. Pero lo cierto es que se trabaja en modo «fabrica», se busca un trabajo rápido, sin tener en cuenta que en éstas edades tempranas es más importante el proceso, el tiempo, el ritmo individual que el llevar a casa una carpeta llena de fichas.
Por último, están las escuelas infantiles autorizadas, en las que se respetan las adecuadas normas sanitarias, se vela por dar a los niños ese espacio rico en estímulos en el que poder desarrollarse y se trabaja con un proyecto pedagógico concreto y supervisado por el departamento de educación. El problema que se presenta en éste último grupo es que hay muy pocas plazas públicas y los centros privados tienen un coste más elevado al que no todas las familias pueden acceder.
La conclusión a la que llegamos es la siguiente: a medida que avanza la crisis destruimos presente y futuro, no sólo tardaremos en recuperar el empleo y activar la economía, sino que toda una generación sufrirá el empobrecimiento de espíritu que ésta falta de atención adecuada a la infancia nos está dejando.